historias en minúscula

Soñando en el fin del mundo

Fui periodista y lector… Ahora solo soy lector y aprendiz de viajero. Cuido a mis amigos porque ellos me cuidan a mí. Paseo por el monte, veo partidos de rugby y leo todo lo que cae en mis manos, pero no hago ascos a un viaje ni a una fiesta, en particular si es de rock and roll. Acumulo libros de historia porque sigo creyendo que la realidad es mejor que la ficción y me gustan las estanterías llenas.

Por el castillo de Eilean Donan vaga el fantasma de un soldado de la expedición española que navegó hacia Escocia en 1719 para luchar contra los británicos junto a Rob Roy

Las mejores lecturas de mi adolescencia solían empezar con un castillo en Escocia. La emoción subía un grado si feroces ‘highlanders’ aparecían en sus páginas. Por eso me apetece contar la historia de la fortaleza de Eilean Donan y el fantasma que la habita, un soldado llegado del puerto de Pasajes en el siglo XVIII para luchar junto a Robert McGregor, el Rob Roy que inmortalizaron Daniel Defoe y Walter Scott (y que encarnó el actor Liam Neeson en la película de Michael Caton Jones).

Si hay que tomarse la leyenda en serio, el espectro de Eilean Donan es el de uno de los 271 hombres que el 8 de marzo de 1719 zarparon de la costa guipuzcoana en dos fragatas para organizar una rebelión de clanes en las Highlands (Tierras Altas).
Pertenecían al segundo batallón del regimiento Galicia, con base en Fuenterrabía, e iban a participar en la maniobra de diversión de una gran operación que había comenzado la víspera, cuando una flota de 21 navíos con 4.000 soldados de infantería y 900 de caballería zarpó de Cádiz para invadir Inglaterra.

La creación de aquella poderosa fuerza militar, sobre la que se proyectaba el desastre de la Armada invencible de 1588, había sido ordenada por el cardenal Alberoni, principal consejero del rey español Felipe V. Sin embargo, el cerebro de la operación era el irlandés James Butler, duque de Ormonde, un excomandante en jefe del ejército británico que cayó en desgracia cuando Jorge I de Hannover llegó al trono del Reino Unido y que, desde el exilio, se sumó a la causa de Jacobo III (de Inglaterra y VIII de Escocia), el pretendiente de la dinastía Estuardo.

Felipe V pensaba que invadiendo Inglaterra y ayudando a Jacobo a ocupar el trono británico este le agradecería el favor y devolvería a la Corona española los territorios arrebatados por el Reino Unido tras la Guerra de Sucesión. Con ese propósito acogió al Estuardo en el palacio del Buen Retiro, mientras el duque de Ormonde viajaba a La Coruña para unirse a la flota procedente de Cádiz que debía derrocar a Jorge I.

El plan parecía infalible, pero como ocurre con los planes infalibles, nada salió como estaba previsto. Los británicos fueron advertidos desde Portugal de las intenciones de Felipe V y, pese a lo impresionante que era la flota española, el mal tiempo dio al traste con el proyecto, como le ocurrió a Felipe II con la Armada Invencible.

El 28 de marzo de 1719, cuando la nueva expedición invasora navegaba a cincuenta leguas al oeste del cabo Finisterre (150 millas marinas), se levantó una tempestad que duró dos días y obligó a los barcos a dar la vuelta y poner rumbo sudoeste. La nave principal sufrió daños importantes (perdió los palos y los cañones), aunque al menos esta vez ningún barco se hundió.

Llegada a las Highlands

Pero, entre tanto, ¿qué había sido de los soldados que zarparon de Pasajes?
Simplemente siguieron con el plan previsto. Ajenos al desastre del Atlántico, bordearon la  costa oeste de Irlanda y llegaron a la isla de Lewis, en el archipiélago de las Hébridas Exteriores, para unirse a los ‘highlanders’ y a los partidarios de Jacobo III desplazados desde Europa.

Así fue como el regimiento Galicia, a las órdenes del coronel gallego Nicolás Bolaño y Castro, invadió temporalmente el noroeste de Escocia… en completa soledad.

Abandonados a su suerte, los soldados trasladaron las provisiones a tierra firme, guardando una parte en el castillo de Eilean Donan, situado en una pequeña isla del lago Duich, accesible desde el mar. La fortaleza, construida en el siglo XIII sobre un fuerte levantado por los pictos para defenderse de los vikingos, y unida a la orilla por un puente, había sido nada menos que la guarida de Robert Bruce, legendario rey de Escocia en el siglo XIV.

Bolaño dejó allí a 41 hombres al mando del capitán irlandés Peter Stapleton y marchó con el grueso de la expedición a las posiciones del ejército rebelde escocés, que aguardaba ansiosamente su llegada. La decepción de Bolaño fue mayúscula. La milicia que encontró apenas constaba de 1.500 ‘highlanders’, incluidos los del clan Mcgregor, con Rob Roy a la cabeza.

A los españoles les habían prometido 10.000 combatientes, pero el fracaso de un anterior levantamiento había disuadido a muchos guerreros de las Tierras Altas de oponerse a los británicos. De hecho, había clanes leales a Jorge I y otros no querían declararle la guerra y apostar por Jacobo sin saber primero qué pasaba con la prometida invasión de Inglaterra.

Muy pronto se esfumaron las esperanzas del duque de Ormonde, el cardenal Alberoni y Felipe V. Sin noticias de la flota del Atlántico, los mandos de las dos fragatas que habían transportado al regimiento Galicia a Escocia no quisieron permanecer por más tiempo a merced de Armada británica y emprendieron el regreso, dejando a los soldados solos en tierra extraña y llevándose preso a uno por haber intentado desertar.

Los británicos no tardaron en aparecer por Eilean Donan. Tres buques de Su Majestad se acercaron al castillo y enviaron un bote con una bandera blanca. El capitán Stapleton se negó a parlamentar y ordenó disparar, recibiendo un intenso cañoneo como respuesta.

Pero la obstinación del irlandés no caló entre sus hombres. Uno de ellos desertó e informó a los atacantes de que la guarnición estaba dispuesta a claudicar dijera lo que dijera Stapleton, de modo que Eilean Donan acabó siendo tomado y demolido a conciencia, y sus defensores hechos prisioneros, aunque, según la leyenda, uno de ellos se quedaría para siempre en Eilean Donan como fantasma titular de un montón de ruinas.

A Nicolás Bolaño las cosas no le fueron mejor en tierra firme. El estado mayor escocés no se ponía de acuerdo sobre la estrategia a seguir contra los británicos, mientras una fuerza dirigida por el general Joseph Wightman, el que había reprimido la revuelta anterior, había salido de Inverness para acabar con la nueva sublevación.

La batalla decisiva tuvo lugar en la cañada de Glen Shiel desde las cinco de la tarde hasta las ocho o las nueve de la noche, con ‘highlanders’ luchando en ambos bandos. La tropa de Bolaño, veterana y de buen porte, según los británicos, se situó en el centro de la formación rebelde y resistió la embestida de 35 dragones, pero sin combatir cuerpo a cuerpo ni sufrir bajas. Más vigor se notó en los escoceses sublevados, apostados en los flancos, pero no sirvió de mucho. Rob Roy se batió en retirada como los demás. Los capítulos épicos de su biografía se escribirían más adelante.

La reacción ante la derrota fue digna de todos modos. Nicolás Bolaño se ofreció a seguir combatiendo al día siguiente, igual que los ‘highlanders’, pero el comandante en jefe escocés, William Murray, marqués de Tullibardine, no acabó de decidirse. Cuando se llevó a la oficialidad española aparte comprobó que estaba harta de marchas agotadoras y temía que las provisiones se agotaran.

No había más que decir. El regimiento Galicia fue autorizado a rendirse y los ‘highlanders’ marcharon a casa. Los jacobitas que habían viajado a Escocia desde el exilio también se fueron por donde habían venido.

El regimiento Galicia regresó a la península en dos grupos. Los soldados capturados en Eilean Donan fueron recluidos en el castillo de Edimburgo hasta que ordenaron devolverlos a La Coruña en junio de 1719. Por esas fechas llegaron a la ciudad los prisioneros que se habían rendido tras la batalla de Glen Shiel. Unos y otros, con la sola excepción del capitán Stapleton, fueron tratados con hospitalidad y pudieron moverse por Edimburgo con relativa libertad. El general Wightman puso dinero de su bolsillo para alimentar a Bolaño y a sus soldados, que tuvieron que esperar a octubre para regresar a La Coruña en un intercambio de prisioneros. Aquel mismo otoño dejó de hablarse de la invasión de Inglaterra en la Corte española.

Tres siglos después, el recuerdo del regimiento Galicia perdura en Escocia gracias al espectro de un soldado del regimiento Galicia que dicen que vaga por Eilean Donan. El castillo, una ruina hasta que fue reconstruido en la primera mitad del siglo pasado, es la residencia del clan McRae y un reclamo turístico. Los visitantes que le echen una pizca de imaginación pueden pedir al fantasma que zarpó de Pasajes que les haga las veces de guía.

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