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El movimiento punk nació a finales de los setenta para el gran público cuando los Sex Pistols se mofaron de Isabel II y del himno británico
Domingo, 7 de junio 2015. Se cumplían 38 años del hit ‘God Save the Queen’, de los Sex Pistols. No era una efeméride redonda, pero la final de Copa de aquel año entre el Athletic y el Barça, y la pitada masiva a Felipe VI y al himno de España, le confirieron un interés morboso. Los que entonces rondaban los cuarenta ignoraban la que se organizó muchos años antes en el Reino Unido cuando Johnny Rotten (Juanito el Podrido) y sus amigos Sid Vicious, que en paz descanse, Steve Jones y Paul Cook lanzaron a las ondas la versión ‘punk’ del himno británico.
Fue una operación publicitaria orquestada por el productor Malcom Mclaren en medio de una crisis social y política de órdago. No era el primer golpe de efecto de la banda. Los Pistols ya la habían liado en un programa vespertino de televisión, en el que dijeron ‘coño’, ‘mierda’, ‘sucio capullo’, ‘sucio bastardo’, ‘sucio cabrón’ y ‘puto rufián’.
El tiempo atempera las pasiones. Los Sex Pistols ya no escandalizan a nadie. Visto con perspectiva, no fue para tanto. Cuando escuchamos ‘God Save the Queen’ unos cuantos millones de personas en el mundo ni siquiera pensamos en Isabel II. Instintivamente nos viene a la cabeza Johnny Rotten aferrado al micro y enseñando los piños.
De todos modos, tiene gracia que el gran público conociera el punk a finales de los setenta gracias a una burla a la monarquía británica y su himno. Nada ha cambiado desde aquello. La familia Windsor está forrada, la City de Londres gana más dinero que nunca y el apego de los británicos por las tradiciones, pese a sus altibajos, se enriquece con nuevas aportaciones.
Las críticas y burlas no hacen temblar los cimientos de la monarquía británica. En 2007, cuando se cumplió el 30 aniversario del hit incendiario de los Sex Pistols, los supervivientes del grupo montaron un concierto conmemorativo y Juanito el Podrido escarneció a Camila Parker-Bowles declarando que se parece a «una lona para cubrir autos». A la mayoría de los británicos aquello simplemente les arrancó una sonrisa.
Aquel año también quemaron fotografías del rey Juan Carlos I en Cataluña. Detrás de la protesta estaban las Candidaturas de Unidad Popular (CUP). El Tribunal Constitucional aún no había cepillado el Estatut de Maragall, y casi nadie sabía quién era Ada Colau, ni que había militado en el movimiento ‘V de Vivienda’ y en el Taller contra la Violencia Inmobiliaria (Jackson Browne le dedicó una canción durante un concierto en Barcelona). El soberanismo se palpaba en el ambiente y en un sector de Convergéncia, pero, fuera de Cataluña, a los manifestantes que acudían a las ‘performances’ de las CUP en las plazas de los pueblos se los consideraba como los típicos radicales.
El ambiente se caldeó cuando el PP cruzó reproches con el PSOE acerca de quién defendía España con más ahínco. Ayudó a subir la temperatura que la Fiscalía de la Audiencia Nacional pidiera 15 meses de cárcel para dos jóvenes de las CUP acusados de prender fuego a Su Majestad ‘en efigie’. De la noche a la mañana, los detractores de la monarquía no tuvieron suficiente con silbar a Don Juan Carlos, que era lo que se estilaba, y empezaron a quemar sus fotos en solidaridad con los encausados.
A mucha gente que también había pitado al Rey en sus años mozos no le pareció apropiado que otros jóvenes lo insultaran en 2007. Algunos, los menos, pedían calma. Entre estos últimos figuraba el sociólogo catalán Salvador Giner, a quien entrevisté para un reportaje sobre las protestas soberanistas. Desaprobó la idea de quemar símbolos de nada y menos de nadie, porque es una pendiente por la que es fácil resbalar. Sin embargo, pidió a los jueces ‘prudentia’, palabra latina insertada por alguna buena razón en el término ‘jurisprudencia’. «España es un país condenado a la hipérbole -me dijo Giner-. En el Reino Unido le arrojan huevos al primer ministro en Oxford y Cambridge. Ocurre en los países civilizados. Los estudiantes siempre son los peores».

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