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Soñando en el fin del mundo

Fui periodista y lector… Ahora solo soy lector y aprendiz de viajero. Cuido a mis amigos porque ellos me cuidan a mí. Paseo por el monte, veo partidos de rugby y leo todo lo que cae en mis manos, pero no hago ascos a un viaje ni a una fiesta, en particular si es de rock and roll. Acumulo libros de historia porque sigo creyendo que la realidad es mejor que la ficción y me gustan las estanterías llenas.

Imagen de Daria Agafonova en Pexels.com

La islandesa Gudrid Thorbjarnardottir exploró América casi quinientos años antes que Colón, alumbró al primer bebé europeo del nuevo continente y peregrinó a Roma. Toda una heroína feminista en la Edad Media

La india llevaba una túnica negra y ceñida, y una cinta sujetaba su cabello castaño. Su sombra se proyectó desde la puerta y enseguida cruzó el umbral. Cuando vio a la mujer que vivía allí le preguntó: «¿Cómo te llamas?».

-Me llamo Gudrid, ¿y tú?, fue la respuesta.

-Me llamó Gudrid, repitió ella enigmáticamente.

Esta extraña conversación tuvo lugar en Norteamérica en los albores del siglo XI, casi quinientos años antes de que Cristobal Colón llegara al Caribe. La protagonizaron una nativa algonquina y la islandesa Gudrid Thorbjarnardottir. En una cuna estaba el bebé de esta, llamado Snorri, el primer niño europeo nacido en América.

El contacto tuvo lugar probablemente en la isla canadiense de Terranova, en un asentamiento vikingo situado no muy lejos del que había construido antes Leiv Erikson, hijo de Erik el Rojo y primer escandinavo que colonizó Norteamérica.

El hecho se menciona en la ‘Saga de los groenlandeses’, uno de los relatos legendarios de Islandia. Otra narración, la ‘Saga de Eric’, describe a Gudrid como una mujer de «belleza sorprendente». Tenía un antepasado irlandés, el esclavo Vifil, que le transmitió el cristianismo de raíz céltica.

Gudrid tuvo una vida azarosa y extraordinaria para la época en que vivió. Aparece en la ‘Saga de los groenlandeses’ cuando Leiv Erikson la rescata en el mar a la vuelta de su expedición a América en el año 1000. Ella formaba parte de un grupo de quince náufragos que habían encallado con su barco en la costa norteamericana. Era la esposa del capitán.

Leiv Erikson los condujo a todos a Groenlandia, donde Erik el Rojo se había establecido con su comunidad. Gudrid enviudó y volvió a casarse con otro hijo de Erik el Rojo, Thorsteinn, que también murió. Convertida en una mujer rica e influyente, tuvo una aventura sentimental que no cuajó y se casó por tercera vez con el mercader noruego Thorfinn Karlsefni. A instancias de ella, ambos decidieron viajar al poblado que Leiv Erikson había fundado en Terranova y después buscaron sus propias tierras.

La expedición estaba formada por colonos de Groenlandia, esclavos irlandeses y ganado. Durante tres inviernos se dedicaron al trueque con los indios (cambiaron paños por cuero y pieles). Allí Gudrid dio a luz a Snorri y conoció a la misteriosa nativa.

Los arqueólogos han creído encontrar la aldea de Leiv Erikson en L’Anse aux Meadows (L’Anse-aux-Meduses o Ensenada de las Medusas), al norte de Terranova. En 1960 identificaron en aquel lugar un asentamiento vikingo que data de entre los años 1000 y 1020. Pudo albergar a unas noventa personas y se componía de tres viviendas, una herrería, un aserradero para barcos y tres almacenes. El territorio hipotéticamente explorado por Leiv y los navegantes escandinavos posteriores se extendía desde la isla de Baffin y la península de Labrador, al norte de la actual Canadá, hasta Terranova e incluso el actual estado de Maine.

Leiv Erikson llamó Vinland (tierra de las vides) a la región situada más al sur (no se sabe exactamente cuál era). El motivo fue que uno de sus hombres encontró en ella una baya y debió de confundirla con un grano de uva. Pero en el año 1000 no crecían viñas al norte de Maine.

Al llegar a Terranova, Gudrid y Karlsefni permanecieron unos meses en el poblado de Leiv y luego fundaron el suyo. Las crónicas dicen que la mujer india que contempló a Gudrid y a su hijo Snorri fue una «aparición»; pero Jonathan Clements, autor de ‘Breve historia de los vikingos’ (Ediciones B), cree que el encuentro no tuvo nada de especial. Podía tratarse de «una inquisitiva muchacha india que repitió las primeras frases en nórdico que había escuchado».

-Me llamo Gudrid.

Aquel día ocurrieron más cosas en la comunidad vikinga. Fuera de la estancia donde se encontraron las dos mujeres, los colonos luchaban contra unos nativos porque les habían robado una espada. El ladrón murió y sus compañeros huyeron. Jonathan Clements sugiere que la indígena de la historia también intentaba robar algo a Gudrid aprovechando el desconcierto general.

Las hostilidades eran frecuentes. Los indios, a quienes los vikingos llamaban ‘skraelings’, una expresión que podría traducirse como ‘miserables’ o ‘salvajes’, reaparecieron en el poblado y fueron derrotados. Pero los colonos se hartaron del hostigamiento, sin olvidar que entre ellos apenas había cinco mujeres, de modo que regresaron a Groenlandia cargados de pieles y madera. Hubo al menos otro intento de colonización en Terranova, pero también fracasó.

Cuando Karlsefni y Gudrid regresaron de América, Snorri había cumplido tres años. La familia se estableció en una granja que el padre tenía en Islandia. A la muerte de éste, la viuda y el hijo cogieron las riendas. Más tarde, Snorri se casó y la madre abandonó el país; se fue al sur, lo que en el lenguaje de las sagas se interpreta como una peregrinación a Roma. Mientras estaba fuera, Snorri construyó una iglesia en sus propiedades. A su regreso, Gudrid se quedó a vivir en ella como monja.

«Cuatro obispos islandeses se encuentran entre sus descendientes», subraya Jenny Jochens, autora de una escueta biografía de Gudrid incluida en el libro ‘Hombres y Mujeres de la Edad Media’ (Fondo de Cultura Económica, 2013), coordinado por el historiador Jacques Le Goff. Jochens se detiene en ese «hecho bastante extraordinario» para destacar la importancia de Gudrid, que es ‘»una heroína en Islandia».

Pero la autora encuentra otra razón para detenerse en el personaje: es plausible que Gudrid relatara sus viajes por Norteamérica cuando visitó Roma. Si ello ocurrió, pudo ser la primera en divulgar fuera de Escandinavia la existencia de un continente nuevo. No es descabellado pensar que los clérigos medievales propagaran la noticia y la cotejasen con otras narraciones.

La primera mención que se conoce de Vinland es muy anterior a las sagas islandesas, escritas en los siglos XIII y XIV. Data aproximadamente de 1070 y corresponde al canónigo sajón Adán de Bremen, que se apoya en la información de un rey de Dinamarca, Svend II Estridson, para escribir: «Muchos de sus hombres habían descubierto en este océano otra isla, llamada Vinland, porque la vid se daba allí espontáneamente. Noticia que debemos a un testimonio digno de fe de los daneses».

El religioso islandés Ari el Sabio, de la misma época que Adán de Bremen, menciona a los indios de Vinlandia, y los ‘Anales islandeses’ hablan en 1121 de un obispo llamado Erik que partió hacia aquellas tierras. La misma fuente relata la arribada a Islandia en 1347 de un barco que había zarpado originalmente hacia la costa americana y fue arrastrado por una tempestad. Al recopilar estas informaciones, en un capítulo de la ‘Historia Universal de las Exploraciones’ (Espasa Calpe), el historiador Michel Mollat no puede resistir la tentación de evocar al rey galo Madoc: «Según la leyenda, marchó en 1170 al lejano Oeste y,  en dos viajes, habría fundado una colonia de varios centenares de hombres, pero no habría jamás regresado».

Pero Gudrid Thorbjarnardottir sí volvió y se fue a vivir a la iglesia que le construyó su hijo. «Tuvo todo el tiempo para entretener a su familia y a sus visitantes con la historia de su vida», especula Jenny Jochens. «¿Quién más sino Gudrid habría podido transmitir tan bien esas historias?».

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