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Soñando en el fin del mundo

Fui periodista y lector… Ahora solo soy lector y aprendiz de viajero. Cuido a mis amigos porque ellos me cuidan a mí. Paseo por el monte, veo partidos de rugby y leo todo lo que cae en mis manos, pero no hago ascos a un viaje ni a una fiesta, en particular si es de rock and roll. Acumulo libros de historia porque sigo creyendo que la realidad es mejor que la ficción y me gustan las estanterías llenas.

Estatua de ‘Rocket’ Richard en Gatineau (Quebec).  Wikipedia. Dominio público

La suspensión de un jugador de hockey hielo francocanadiense por una pelea con un rival anglófono en 1955 provocó una revuelta en Montreal que forjó la conciencia cultural y política de Quebec

¿Es para tanto que le llamen a uno ‘franchute’? No necesariamente, salvo que seas un jugador de hockey hielo de la comunidad francocanadiense, de novena generación además, y estés convencido de que los anglófonos te discriminan. También ayuda que seas el máximo goleador de la NHL –la liga en la que compiten clubs de Estados Unidos y Canadá– y que el rival conozca tus incorregibles malas pulgas y te golpee para desestabilizar tu juego.

Esta es una historia sobre hasta qué punto el deporte y la política pueden enredarse con consecuencias inesperadas como el impulso del nacionalismo en Quebec. Es la historia de Joseph Henri Maurice ‘Rocket’ Richard (1921-2000), estrella de los Canadiens de Montreal, un deportista de sangre caliente que fue duramente sancionado por haber devuelto, corregidos y aumentados, un gesto de desprecio étnico y una agresión de su rival Hal Laycoe, incidente que se produjo en un partido contra los Bruins de Boston el 13 de marzo de 1955.

Ese enfrentamiento originó a los pocos días una jornada de disturbios en Montreal y provocó un cambio en Quebec, cuya población francófona tomó conciencia de su marginación. Aunque Richard también cambió. Acabó controlando su genio y lideró el mejor equipo de la historia de la NHL (cinco campeonatos seguidos entre 1956 y 1960). En 1967 recibió la orden de Canadá y a su muerte el Gobierno de Otawa le dedicó un funeral de Estado al que asistieron más de 100.000 personas.

Pero retrocedamos al partido contra los Bruins, que se disputó en Boston. La tangana la empezó Hal Laycoe, que se dedicaba a chocar contra Richard para ponerlo nervioso. En una de las embestidas, su ‘stick’ fue a parar a la cabeza de Richard y lo dejó medio grogui.

Cuando este vio la sangre en sus dedos escuchó cómo su agresor lo llamaba «franchute» y entonces perdió los estribos. Rompió el ‘stick’ en la espalda de Laycoe y la emprendió a puñetazos con él. Uno de los árbitros sujetó a Richard, pero Laycoe aprovechó que estaba inmovilizado para zurrarle más. El de los Canadiens intentaba quitarse al árbitro de encima, pero no le soltaban, de modo que cuando se zafó, se giró y…

Vaya, le sacudió dos veces al árbitro en el rostro.

Las peleas eran y son habituales en el hockey, pero aquello no había sido normal. A Richard se lo llevaron al vestuario sin que supiera dónde estaba; le dieron cinco puntos y lo evacuaron al hospital con una conmoción. La Policía de Boston lo quiso arrestar antes de que saliera del estadio, pero le salvó que su entrenador atrancó la puerta. La prensa local dio su veredicto al día siguiente: ‘Richard se ha vuelto loco’.

Lo cuenta el periodista Sam Walker, redactor jefe de Deportes del ‘Wall Street Journal’ en su libro ‘Capitanes’, un ensayo sobre los grandes equipos deportivos y la pasta de la que están hechos sus líderes.

Richard acabó siendo el jefe legendario de los Canadiens, pero Walker se detiene en el cáracter tempestuoso que el deportista tenía antes de madurar y convertirse en capitán (había agredido antes a otro árbitro en Toronto, aunque con unos guantes).

La sanción a Richard por lo de Boston no se hizo esperar. A los tres días de aquello lo suspendieron para lo que quedaba de la liga regular y para los decisivos play-offs. No había mucho que objetar, pero el castigo complicaba notablemente las posibilidades de los Canadiens para optar al título, la Stanley Cup.

Maurice Richard. Dominio público

La hinchada francocanadiense estaba indignada; creía que a su estrella la habían tratado con tanta severidad por ser ‘franchute’. De nada le sirvió a Richard alegar que estaba aturdido tras la agresión de Laycoe. Y eso que todos habían visto cómo éste, que empezó la reyerta, sólo perdió las gafas y únicamente lo castigaron con diez minutos en el banquillo durante el partido (primero fueron cinco, pero le tiró una toalla manchada de sangre a un árbitro).

Los Canadiens no ganaron la copa Stanley aquel año. Con ser un asunto vidrioso en el plano deportivo, la pérdida de su goleador en el momento decisivo de la temporada no habría tenido más recorrido si no fuera porque el hombre de la NHL que había escuchado las alegaciones de Richard y le había sancionado fue el comisionado anglófono Clarence Campbell. Richard no lo podía ni ver porque creía que perjudicaba a los francocanadienses, aunque el dirigente solía presenciar los partidos de los Canadiens en Montreal desde el palco.

La indignación alcanzó el paroxismo. Hubo radioyentes que amenazaron con hacer saltar por los aires la oficina de Campbell. Otro avisó: «Dígale que trabajo en una funeraria. Va a necesitarme».

El clima social era espeso en la capital de Quebec. La comunidad de habla francesa representaba el 75% del censo de la ciudad, pero estaba social y políticamente relegada y eran los anglocanadienses quienes mandaban.

El periodo comprendido entre los años 30 y 50 del siglo pasado en Canadá quedó grabado en la memoria de muchos francófonos como el de ‘La Gran Negura’. Maurice Richard era una figura entre ellos porque ya en 1953 había acusado públicamente a Campbell de ser un dirigente autoritario que discriminaba a su comunidad. Lo hizo después de que la NHL castigara a dos compañeros por una pelea sobre el hielo de la que, al parecer, no fueron responsables. «Si el señor Campbell quiere echarme de liga por atreverme a criticarlo, que lo haga», proclamó.

Al día siguiente de la sanción a Richard por su choque con Laycoe, su equipo jugó contra Detroit en casa y se formó una manifestación contra el comisionado a la puerta del pabellón, con pancartas como ‘Injustice au Canada français’. Los visitantes se adelantaron 0-2 y entonces apareció Campbell en el palco entre silbidos. Cuando los Canadiens ya iban 0-4, sin que ‘Rocket’ Richard, sancionado, pudiera hacer nada para arreglarlo, los espectadores la tomaron con el comisionado y le arrojaron lo que tenían a mano hasta que un tipo soltó gas lacrimógeno. Hubo que evacuar a 15.000 personas que se unieron a la masa humana congregada fuera y se produjeron disturbios en Montreal: coches volcados, comercios asaltados, ventanas rotas… Un centenar de personas fueron arrestadas.

Los altercados pasaron a la historia como el ‘motín de Richard’. Los francófonos los achacaron al trato que su ídolo recibió de Campbell y a la decisión de este de ir al palco precisamente aquel día. Hay historiadores que sostienen que fue entonces cuando la Canadá de habla francesa tomó conciencia de su situación social y política.

Pero el equipo de los Canadiens tenía más cosas en las que pensar. Algo había que hacer con el genio de su goleador. Los rivales lo provocaban y golpeaban sin piedad, y él había desarrollado un temperamento desmedido que era incapaz de dominar. El año de la gresca de Boston, Richard fue uno de los jugadores a los que los árbitros mandaron más minutos al banquillo, aunque ni eso ni el castigo le impidieron batir el récord de goles (38).

Pero Maurice Richard tuvo que cambiar y fue atemperando sus reacciones. En 1956, su equipo ganó la Stanley Cup y encadenó una racha de campeonatos seguidos hasta 1960, siendo él capitán desde 1957. Había dejado de ser el máximo goleador, pero era el líder y jugaba más para el colectivo. Para Canadá también.

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