
Texto adaptado de un artículo publicado en El Correo en 2011
“Acaso es pedir demasiado que la pobre gente trabaje, pague, viva y muera en un par de habitaciones con baño?”. No es la arenga de un político durante una campaña electoral, sino la amarga queja de James Stewart, protagonista de la película ‘Qué bello es vivir’, rodada en 1946 por Frank Capra. El actor norteamericano encarna a George Bailey, directivo de una entidad de crédito que presta dinero a familias modestas para que puedan comprar casas baratas, que es como llamaban antes a las viviendas de protección oficial (VPO). Los ideales de Bailey no han perdido un ápice de vigencia casi un siglo después
A los responsables del sistema bancario, que en 2011 tuvo que recapitalizarse tras la crisis financiera de 2008, el film de Capra no les pareció entonces tan almibarado como al resto de la gente. Tampoco parece almibarado ahora, cuando se han disparado los precios del alquiler por el auge de los pisos turísticos, pero también porque mucha gente -jóvenes sobre todo- no tiene acceso al crédito para comprar un piso.
‘Qué bello es vivir’ es la película navideña más famosa de la historia, pero también una lección de economía y un recordatorio del impacto que elegir una política u otra tiene sobre las vidas de millones de personas.
La historia gira sobre la pugna entre dos personajes. Por un lado, el solidario George Bailey, que desde su banco financia la construcción de viviendas asequibles y concede hipotecas a familias de bajos ingresos y créditos a pequeñas empresas. Por otro, el millonario Henry Potter, un consejero de la misma entidad que ansía apoderarse de ella. El primero contribuye a la prosperidad de la comunidad. El segundo, por el contrario, es reacio a prestar dinero a ciudadanos de economías modestas, ya que, en pura ortodoxia bancaria, no deberían pedir un crédito sin un patrimonio que los respalde.
No es fácil resolver el dilema representado por Bailey y Potter; no olvidemos que la crisis de 2008 la provocó la especulación dolosa con las hipotecas basura.
«¿Sabe usted cuánto tarda un obrero en ahorrar 5.000 dólares?», pregunta Bailey a Potter, que es dueño de toda la ciudad en la que reside, Bedford Falls, y también el casero que cobra rentas abusivas a inquilinos que sueñan con ser dueños de sus casas algún día. El pulso de ambos personajes tiene como telón de fondo la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado, de la que el presidente Franklin D. Roosevelt intentó sacar a EE UU animando a bancos y promotores a edificar casas baratas e inyectando dinero a los municipios para fomentar el alquiler.
Las políticas expansivas de Roosevelt, que al comienzo de su primer mandato se enfrentó a una gravísima crisis bancaria provocada por el crash del 29, planeó sobre la reconversión del sistema financiero en 2011 y también lo hace sobre la actual crisis de la vivienda, cuando una porción importante de la sociedad está fuera del mercado crediticio y se enfrenta a alquileres desorbitados.
¿El ortodoxo Potter está ganando la partida a George Bailey? En cierto modo, las personas que no pueden pagarse un alquiler solas o las que tienen que dedicar gran parte de sus ingresos a ese capítulo se parecen demasiado a los trabajadores a los que el magnate de ‘Qué bello es vivir’ niega un crédito. Pero a diferencia de lo que ocurre en el mundo real, en la película de Capra -un cineasta que no era demócrata, sino republicano-, los ciudadanos logran desbaratar los planes de insensible Potter.
¿Y cómo lo logran? Cuando Bailey, tras un pánico bancario, cree que todo está perdido y va a suicidarse, las personas a las que ha concedido una hipoteca piden a Dios que le ayude. Un ángel tontorrón llamado Clarence desciende a Bedford Falls y sumerge a Bailey en una pesadilla: le obliga a contemplar la ruina en que caería la ciudad si él se quitara la vida y un tipo como Potter se adueñara de la entidad bancaria. Luego, cuando Bailey vuelve a la realidad, los vecinos le prestan dinero para impedir que el magnate se salga con la suya.
Ahora que los grandes bancos siguen comiéndose a las pequeños y se apuntala el oligopolio financiero, ¿qué ciudadano corriente no soñaría con un George Bailey que le concediera un crédito para un piso?

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