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Soñando en el fin del mundo

Fui periodista y lector… Ahora solo soy lector y aprendiz de viajero. Cuido a mis amigos porque ellos me cuidan a mí. Paseo por el monte, veo partidos de rugby y leo todo lo que cae en mis manos, pero no hago ascos a un viaje ni a una fiesta, en particular si es de rock and roll. Acumulo libros de historia porque sigo creyendo que la realidad es mejor que la ficción y me gustan las estanterías llenas.

El lehendakari Agirre y Ksawery Pruszynski.

Este texto fue publicado en la serie Batallitas de El Correo en 2015

El periodista Ksawery Pruszynski intercedió ante el lehendakari Agirre para que el Gobierno vasco indultara a dos carlistas de Durango que iban a ser ejecutados por traición en 1937

Pruszynski (1907-1950) fue uno de los muchos periodistas y escritores enviados a cubrir la Guerra Civil española, en su caso por la revista polaca ‘Noticias literarias’, de tendencia liberal. Había conocido la convulsa situación de las ciudades que permanecierin leales a la República, pero le llamó la atención el relativo y precario orden que comparativamente apreció en Bizkaia, cuyo frente de guerra recorrió a comienzos de 1937.

Cuando pasó por Durango, a instancias de otro colega extranjero, visitó el convento de las agustinas, donde se les acercaron unas personas de la localidad para pedirles que intercedieran ante el lehendakari José Antonio Agirre por dos carlistas a los que iban a ejecutar acusados de participar en una rebelión. Los demás conspiradores escaparon, pero ellos no. No eran los cabecillas, sino tal vez los que menos tenían que ver con la trama y además eran jóvenes y tenían mujer e hijos.

El corresponsal -vaya por delante que no disimulaba su simpatía por las autoridades y el clero de Euskadi- era un nacionalista polaco sensible a la persecución y las represalias en las retaguardias republicana y franquista. En cuanto llegó a Bilbao se movilizó ante el Gobierno vasco para que indultara a los dos reos de traición de Durango, pero no le entendieron. Le preguntaron si quería acreditarse para presenciar cómo los ajusticiaban en unas horas. Por más que insistía, nada se podía hacer para evitarlo. Era domingo y los indultos sólo los concedía el consejo de ministros. ¿Qué interés tenía un polaco en aquellos dos carlistas?

Desesperado, Pruszynski estalló y preguntó de qué servía lo que le contaban sobre la civilizada Euskadi si al final allí mataban igual que los demás y encima organizaban un espectáculo para los periódicos.

Cuando todo parecía perdido, Bruno de Mendiguren, jefe de prensa del Gobierno vasco, llamó al corresponsal avergonzado. Se buscó una artimaña legal para aplazar las ejecuciones y le organizaron a Pruszynski una entrevista con Agirre antes de que se reuniera el gabinete.

El lehendakari le expuso el ideario de los nacionalistas vascos y prometió abogar por el indulto a los carlistas. Su opinión tenía mucho peso. Pero Agirre quería que Pruszynski contara al mundo lo que había visto y escuchado en Euskadi. El polaco le respondió que la mejor propaganda que se podía hacer de un país era que su presidente había salvado dos vidas. Ambos se estrecharon la mano.

El corresponsal retrató a Agirre sumido en la confusión, debatiéndose entre la súplica de un informador extranjero y el miedo a no ofrecer una imagen de firmeza en unos momentos terribles. Los carlistas fueron indultados en medio de «un creciente mar de sangre», escribió Pruszynski.

El periodista reunió sus reportajes sobre la Guerra Civil en el libro ‘En la España roja’, que vio la luz en 1937, cuando la contienda estaba lejos de terminar. En el capítulo final, dedicado a ‘la verde Euzkadi’, menciona un retrato colgado en un hospital de Algorta y explica que era el de un filántropo cuyos dos hijos fueron asesinados por su apellido.

Pruszynski, que entonces tenía 30 años, se fijó que en el Gobierno vasco había políticos de su generación. Bruno de Mendiguren le parecía un chaval. Agirre también le recordaba a un dirigente estudiantil, un hombre al que el poder quizá le había llegado demasiado joven. ¿Podría soportar su peso? También reparó en un jovencísimo capellán del Ejercito vasco que citó a los filósofos Henri Bergson y Jacques Maritain en una misa de campaña celebrada en latín y euskera, en medio de la nieve, mientras a lo lejos se escuchaban disparos de ametralladora.

Las crónicas de Pruszynski han sido descritas como «equilibradas, objetivas, ligeramente moralistas, pero muy pendientes siempre del lado humano de la noticia». Se inició como periodista en la prensa conservadora, pero llegó a España por encargo de la liberal ‘Noticias literarias. Dicen que su estilo inspiró a Ryszard Kapuszinski y a Adam Michnick, dos figuras del periodismo polaco. «Estar, ver, oír, compartir, pensar», decía Kapuszcinski.

Pruszynski era de origen aristocrático. De niño, su familia huyó de su región natal, Volinia, por la revolución bolchevique de 1919. Admiraba a Chateaubriand, diplomático, político y escritor romántico francés de los siglos XVIII y XIX, al que definió como un personaje formado en la tradición conservadora, pero que en el fondo amaba la revolución.

Algunos dicen que esa definición era válida para el mismo Pruszynski. Debía de ser una figura compleja. Sus crónicas de la Guerra Civil levantaron polémica en Polonia, donde le acusaron de dar una buena imagen de los comunistas y le invitaron a pasar al frente franquista.

Pruszynski luchó con el Ejército polaco contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su país fue ocupado por alemanes y soviéticos. En 1948 se integró en el servicio diplomático de la república comunista polaca. Murió en 1950 en un accidente de tráfico siendo embajador en Holanda. Sus biógrafos dicen que nunca se sabrá si se hubiera rebelado contra el estalinismo.

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