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Soñando en el fin del mundo

Fui periodista y lector… Ahora solo soy lector y aprendiz de viajero. Cuido a mis amigos porque ellos me cuidan a mí. Paseo por el monte, veo partidos de rugby y leo todo lo que cae en mis manos, pero no hago ascos a un viaje ni a una fiesta, en particular si es de rock and roll. Acumulo libros de historia porque sigo creyendo que la realidad es mejor que la ficción y me gustan las estanterías llenas.

Las libras falsas del equipo de Bernhard podían confundir al especialista más avezado.
Las libras falsas debían ser lanzadas por la Luftwaffe.

Este texto se publicó en la serie de Batallitas de El Correo en 2014

Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis planearon arrojar desde el aire millones de libras en billetes sobre el Reino Unido para hundir su economía, como les ocurrió a los emperadores chinos con el papel moneda en los siglos XIV y XV

Después de haber recetado la austeridad durante varios años, el Fondo Monetario Internacional (FMI) se preocupó por la deflación. Ese nuevo punto de vista confirmaba un viejo tópico acerca de los economistas: cuando los precios suben, hacen votos para que sean estables, y cuando son estables, recetan inflación.

Para justificar esos cambios de opinión se apoyan alternativamente en dos experiencias históricas: la hiperinflación alemana de los años veinte del siglo pasado y la posterior deflación norteamericana. El Banco Central Europeo apeló a la primera para defender la austeridad, pero puso el énfasis en la segunda para aumentar el dinero en circulación, como hicieron la Reserva Federal y Japón.

Los periódicos llamaron pomposamente a esa segunda estrategia ‘expansión cuantitativa’. Aunque era una vieja idea que se les ocurrió a los emperadores chinos hace unos mil años, cuando inventaron el dinero de papel, una nueva forma de pago que creaba tales problemas -precios desorbitados y desórdenes sociales- que los emperadores abominaban de ella periódicamente y volvían a las monedas, a pesar de que éstas también tenían serios inconvenientes. Sin embargo, la tentación del papel era fuerte, y las autoridades chinas no escarmentaban. A lo largo de dos siglos, entre el XIV y el XV, prohibieron las monedas para que los billetes fueran aceptados y crearon situaciones absurdas.

En Occidente, las emisiones de papel financiaron las revoluciones norteamericana y francesa. Reflejaban igual que hoy una deuda que tarde o temprano hay que pagar o repudiar, y normalmente ocurría lo segundo.

El economista John Kenneth Galbraith recordó que las sociedades han progresado dejando ingentes masas de impagados que ayudaron a modernizar la economía (los ferrocarriles del siglo XIX en Estados Unidos, por ejemplo). Si el mundo dependiera de la opinión de los temerosos ahorradores, conservadores por naturaleza, ¿los hombres se desplazarían todavía en carros tirados por bueyes? ¿El nivel de vida permanecería estancado?

Galbraith escribió con sorna que la principal causa de la pobreza es la falta de dinero. Sin embargo, su colega y rival intelectual Milton Friedman cuestionó ese argumento y advirtió de que una inyección de dinero por sí sola no incrementa necesariamente la riqueza. Puso el ejemplo del helicóptero que bombardea a la población con sacos de billetes. La gente los puede gastar, pero también acumularlos, en cuyo caso los beneficios reales serían escasos.

El debate protagonizado por Galbraith y Friedman tuvo ocupadas a las mejores cabezas de Europa durante siglos. El científico Isaac Newton, que fue nombrado primero intendente y luego patrón de la Casa de la Moneda británica a finales del XVII, estaba más cerca del punto de vista de Galbraith, al que se adhirió el presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi. «Si el interés sigue sin ser suficientemente bajo para favorecer el comercio y el proyecto de poner a los pobres a trabajar (…) -escribió Newton- la única forma eficaz de reducirlo es (poniendo en circulación) más papel hasta que consigamos más dinero gracias a los intercambios y los negocios».

Newton añadió: «El valor concedido al dinero (de metal) es puramente convencional: lo valoramos porque nos permite comprar toda clase de bienes, y lo mismo puede decirse de los títulos de papel».

Aquel argumento no tuvo muchos seguidores en el siglo XVII, pero ofrecía grandes posibilidades, y los nazis lo retomaron durante la Segunda Guerra Mundial. Conocían los efectos devastadores de la hiperinflación -los había llevado al poder en Alemania- e intentaron doblegar al Reino Unido poniendo en práctica, en sentido literal, el bombardeo de billetes que Milton Friedman popularizó más tarde, sólo que ellos emplearían libras falsas.

Ciertamente, no había helicópteros para esparcirlas desde el cielo, como en la parábola del economista, pero Berlín disponía de la Luftwaffe. La aviación alemana había destruido las ciudades de Inglaterra y podía hacer lo mismo con la economía británica, ahogándola en un mar de billetes y causando los estragos que un milenio antes volvieron locos a los emperadores chinos.

El cabecilla de aquella operación fue Bernhard Krüger, ‘sturmbannführer’ de las SS (jefe de unidad). Su profesión era la de ingeniero de la industria textil, pero durante la guerra el líder de las SS, Heinrich Himmler, le encargó que reclutara prisioneros judíos en los campos de concentración y les enseñara a imprimir billetes. Krüger escogió a 140 hombres y los envió al campo de Sachsenhausen, en Brandemburgo, para adiestrarlos en la falsificación y en la fabricación de papel.

A partir de 1942, los prisioneros de Krüger produjeron más de ocho millones de billetes de 5, 10, 20 y 50 libras. Los fajos habían sido concebidos para engañar a tenderos, camareros, taxistas, empleados de banca y a los responsables del Banco de Inglaterra. Se calcula que el dinero emitido por los nazis tenía un valor global de 132 millones de libras (circulan otras cifras mayores) y equivalía al 15% de los billetes que circulaban en el Reino Unido.

Como todos los planes perfectos, aquel también fracasó. La Luftwaffe había sido derrotada en el cielo británico y sus aviones no pudieron realizar los bombardeos necesarios. Las libras falsas se utilizaron finalmente para operaciones en el mercado negro, un propósito mucho más modesto que el apocalipsis financiero con el que habían soñado los jerarcas nazis (tal vez pensaban en un desplome como el de las hipotecas basura y los productos derivados).

Sin embargo, Bernhard Krüger no se rindió. En 1945 reorientó su proyecto hacia los dólares de EE UU. Michael Kerrigan, autor del libro ‘Planes fracasados de la Segunda Guerra Mundial’ (Ed. Libsa), cuenta que una parte de los dólares falsos fue aprovechada por las organizaciones judías para pagar su guerra contra los británicos en Palestina y crear el Estado de Israel.

La historia de Krüger, aunque conocida, no deja de sorprender, y también los relatos sobre los emperadores chinos, Isaac Newton y las revoluciones norteamericana y francesa. Todos esconden una trágica moraleja. El monetarismo que se estudia en las facultades de Economía quizá sea algo más que una corriente de pensamiento. En manos de las personas adecuadas, puede ser el arma definitiva.

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