
Este texto se publicó originalmente en El Correo en 2019
El Shinrin-yoku es un silencioso y saludable remedio que busca despertar los sentidos aprendiendo a disfrutar plenamente del paisaje durante una caminata
La luz otoñal se filtra entre las ramas en la Senda de los Árboles Centenarios, camino de la Fuente del Zadorra y de la Peña Roja, una cima de 1.067 metros en la sierra de Entzia, a la que se llega ascendiendo previamente a un claro donde los montañeros encuentran un refugio y un cercado de ovejas.
Desde allí se contemplan la Llanada alavesa y sus campos recién roturados, sobre los que se alzan a lo lejos las siluetas del Aizkorri y el Aratz. La panorámica es de gran belleza, pero nuestro guía avisa de que hollar esas cumbres no es el propósito de la caminata, de unos doce kilómetros, ida y vuelta por la misma pista, perfectamente señalizada.
Ya desde el punto de partida, un prado perdido entre las fincas agrícolas de los pueblos de Okariz y Munain, en el municipio alavés de San Millán, se nota que no tenemos un guía al uso. Ciertamente, la marcha tiene los componentes habituales del senderismo y la excursión montañera, pero incorpora otro ingrediente: el Shinrin-yoku o baño de bosque, una terapia contra el estrés y sus secuelas físicas y psicológicas basada en el contacto con la naturaleza.
No es realmente una idea nueva. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Silvicultura de Japón la introdujo en 1982 para tratar a las víctimas del exceso de trabajo, patología que los nipones denominan ‘karoshi’ cuando desemboca en la muerte (2.310 fallecimientos por esa causa en 2015, según las autoridades de Trabajo de ese país).
El Shinrin-yoku ha ganado millones de adeptos dentro y fuera de Japón, pero a pesar de su creciente popularidad quienes se aproximan a él por primera vez siempre se hacen la misma pregunta. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de un baño de bosque? La respuesta es relativamente sencilla: a desembotar los sentidos con las medicinas del silencio y el entorno natural, aprovechando los beneficios que ello comporta para la salud cuando esa experiencia se proyecta sobre la vida cotidiana.
Las ventajas del Shinrin-yoku parecen tan evidentes para el ‘workaholic’ o adicto al trabajo que la aseguradora médica DKV elaboró un extenso informe sobre el tema en 2017, añadiendo un mapa de la península ibérica con escenarios naturales donde poner el baño de bosque en práctica.

Conviene aclarar que esa terapia es mucho más que ‘desconectar’. A algunos les sorprendería lo desconcertados que pueden sentirse ascendiendo desde Munain por el camino de la Peña Roja sin decir palabra durante media hora, acompasando la respiración y las pisadas sobre el barro y los guijarros, dejándose llevar por la luz, los colores, las formas y los sonidos, hasta que el guía se detiene, se desembaraza de su mochila y pide a sus acompañantes que formen un círculo.
El grupo –siempre pequeño, cinco personas en esta ocasión, pero lo ideal es que sean seis, ocho a lo sumo– ha cruzado un paso balizado y se ha adentrado en una campa circundada por robles carrasqueños, los arimotxes en la denominación local, un tipo de árbol históricamente desmochado para producir leña y carbón, y alimentar al ganado, y que por ese motivo desarrolla gran tamaño y siluetas casi artísticas.
Otro lugar del País Vasco apropiado para el Shinrin-yoku puede ser el hayedo de Otzarreta, en el parque natural del Gorbea, pero los arimotxes de Munain (que forman un conjunto con otra reserva análoga, los arimotxis, cuyo camino arranca en Okariz) son posiblemente el lugar de Euskal Herria más indicado para iniciarse en un agradable experimento que hunde sus raíces en la filosofía zen.
A simple vista, solo a simple vista, todo comienza con una serie de ejercicios físicos, suaves giros del torso realizados con los ojos cerrados. Luego hay que abrir los párpados y explicar cómo se percibe el entorno en ese preciso instante, indicando el sitio donde más cómodo se siente uno.
Ya instalado en él, separado del resto, cada excursionista aguzará el oído e intentará identificar el rumor del viento que agita las copas de los árboles y otros sonidos que se superponen y se complementan entre sí, como los instrumentos de una orquesta: los pájaros, el crujir de las pisadas sobre la hojarasca, el disparo lejano de un cazador…
«No todos lo consiguen», asegura el guía, que va explicando a su grupo, de una forma sencilla, sin solemnidades ni lenguaje de gurú o maestro, el significado de lo que todos están haciendo. Aparentemente se resume en aprender a fijarse, pero es un proceso más complejo y espiritual que eso.
Más adelante, siguiendo la misma metodología, hay que activar el tacto y el olfato, recogiendo hojas, tierra y ramas, y finalmente observar el paisaje, pero reparando en los detalles, en la sinuosidad de un tronco de árbol, en las siluetas caprichosas de las hojas, en los destellos cromáticos de la vegetación…
«El baño de bosque se compone de varias fases», explica el guía. Primero, la desaceleración o adaptación al ritmo de la naturaleza; después, establecerse en el presente, en un presente continuo, y por último realimentar los sentidos e intentar transferir lo aprendido a la vida diaria.
Pero esta solo sería una forma esquemática de describir el Shinrin-yoku, cuya finalidad última es restablecer la comunicación con el entorno, ponerla en funcionamiento casi como si fuera la de un niño que no necesita ejercitar aquello de lo que el estrés aún no le ha despojado.
Ese verbo, ejercitar, es lo que aproxima al concepto de meditación como se entiende en la cultura oriental; es decir, un ejercicio físico, algo no alejado en cierto modo del esfuerzo necesario para adquirir el hábito silencioso de la lectura.
La práctica de los baños de bosque está en expansión por Europa. En las sociedades occidentales urbanizadas ha aparecido en los últimos años como paliativo de un mundo fuera de quicio. En Japón, en cambio, forma parte de su programa nacional de salud desde hace cuatro décadas. La Agencia Forestal nacional ha catalogado medio centenar de espacios naturales para el Shinrin-yoku). Los nipones que los visitan confían en los efectos de los fitoncidas, una sustancia volátil que los árboles segregan para protegerse de las agresiones exteriores, mientras que en Europa la concepción del baño de bosque es más psicológica, más «relacional», según el guía.
En cualquier caso, las potencialidades de esta terapia son numerosas. Muchas empresas la consideran útil para abordar el estrés de sus plantillas, una epidemia de nuestro tiempo, y también se perfila como una alternativa que hoteles y agroturismos pueden ofrecer a sus visitantes en los espacios naturales de los alrededores.
Los especialistas también han destacado la eficacia terapéutica de las zonas verdes de las ciudades, aunque a nuestro guía lo que le gusta es la reserva de los arimotxes de Munain. Después de abandonarla con su grupo se dispone a poner fin al baño de bosque un poco más arriba de ese lugar, en el refugio próximo a la Peña Roja.
Para ello pide a los caminantes que den una vuelta por los alrededores, callados y en solitario, y que confeccionen alguna cosa con lo que encuentren; hojas, ramitas, flores… Después contarán a los demás qué es lo que han querido expresar con su modesta composición y formarán un círculo para resumir las enseñanzas de la jornada, con los cencerros de las ovejas de fondo.
A decir verdad, el rebaño siempre ha estado ahí, solo que ahora todos son conscientes de su presencia, bajo el cielo azul, limpio, con la Llanada alavesa bañada por el sol.

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