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Soñando en el fin del mundo

Fui periodista y lector… Ahora solo soy lector y aprendiz de viajero. Cuido a mis amigos porque ellos me cuidan a mí. Paseo por el monte, veo partidos de rugby y leo todo lo que cae en mis manos, pero no hago ascos a un viaje ni a una fiesta, en particular si es de rock and roll. Acumulo libros de historia porque sigo creyendo que la realidad es mejor que la ficción y me gustan las estanterías llenas.

Prisioneros musulmanes en el campo de Zossen durante la oración. / Dominio público

Este texto se publicó en la serie Batallitas de El Correo en 2015

Durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes confinaron cerca de Berlín a prisioneros musulmanes de los ejércitos francés y británico para animarlos a cambiar de bando y adoctrinarlos en la yihad, una estrategia imitada por Occidente un siglo después, que está en el origen de los grandes desastres de nuestra época.

Resulta paradójico que la Alemania que combatió al Estado Islámico en coalición con Francia e Inglaterra, y que pidió a Arabia Saudí que dejara de financiar las mezquitas integristas, fue la que fomentó la yihad durante la Primera Guerra Mundial. Entonces lo hizo para debilitar a sus enemigos, franceses, ingleses y rusos que gobernaban a decenas de millones de fieles de Mahoma en sus respectivos imperios, aunque aquella intentona fue neutralizada por Londres, París y Moscú (no así otra idea de la inteligencia germana de enviar a Lenin a Rusia para desencadenar una revolución).

De todos modos, el llamamiento alemán a la yihad provocó un buen número de deserciones en los bandos francés y británico, y permitió reclutar combatientes islámicos a fin de que lucharan en Oriente Próximo del lado de Turquía, aliada de las Potencias Centrales (Alemania y Austria Hungría).

Sin embargo, ese no era objetivo último de la manipulación del Islam y su utilización como arma de guerra. El verdadero propósito era la ‘Islampolitik’ que Berlín había puesto en marcha unas décadas antes y que consistía, a más largo plazo, en fomentar rebeliones musulmanas en las colonias africanas de Francia y Reino Unido, en la India británica y en el Cáucaso de Rusia, a fin de socavar esos tres imperios.

Inspirada en consideraciones geopolíticas, la ‘Islampolitik’ tampoco tuvo éxito en aquella época, si bien la inteligencia estadounidense la recuperó en los años ochenta del siglo pasado para ensayarla en Afganistán contra la Unión Soviética, desencadenando una catarata de catástrofes colaterales que culminaron en el 11-S.

Los últimos capítulos de esa estrategia lo protagonizarían los radicales de Hamas promovidos por Israel para desestabilizar a la Autoridad Nacional Palestina, y unos años antes Al Qaeda, el Estado Islámico y demás grupos extremistas que, tras haber sido apoyados por Occidente para derrocar gobiernos, convirtieron Oriente Próximo, el norte de África y el Sahel en un caos.

Con la perspectiva que da un siglo de distancia, el experimento de atizar el fanatismo religioso durante la Primera Guerra Mundial llama la atención porque se gestó en uno de los escenarios más curiosos que hoy cabe imaginar: un campo de prisioneros levantado no lejos Berlín, en el distrito Wündorsf-Zossen, actual lander de Brandeburgo, donde a finales de 1914 los alemanes comenzaron a internar a soldados musulmanes norteafricanos e indios de los ejércitos francés y británico capturados en el frente europeo occidental.

El lugar era conocido como el campamento de la Media Luna (Halbmondlager, en alemán). Los guardianes hablaban árabe y proporcionaban comida preparada según los preceptos islámicos. El propio káiser Guillermo II construyó una mezquita para los cautivos, muchos de ellos campesinos reclutados expeditivamente en sus colonias de origen, a los que se bombardeaba con llamamientos a la solidaridad musulmana con un fin inmediato: animarlos a enrolarse en el Ejército otomano.

El régimen de los ‘Jóvenes Turcos’, que había entrado en la Primera Guerra Mundial como aliado del emperador, era laico y reformista, pero conocía el poder de la religión y no vaciló en sacar provecho de él (el sultán de Estambul, nominalmente califa de todos los musulmanes, proclamó la yihad cuando Turquía entró en la contienda).

El campamento de la Media Luna era la manifestación de la ‘Islampolitik’, en la que Guillermo II estaba interesado desde que visitó el imperio turco en 1898. Al emperador le había influido el barón Max Von Oppenheim, un viajero y explorador enamorado de los árabes como T. H. Lawrence, y conocía su libro ‘Die Beduinen’.

Oppenheim cayó en la cuenta de que el Islam podía emplearse contra el imperio británico, que le inspiraba una profunda hostilidad. Radicado en El Cairo, todos los veranos viajaba a Alemania para informar al káiser sobre la evolución del Oriente musulmán. En 1906 vaticinó: «El Islam está llamado a desempeñar un papel mucho más importante en el futuro (…), pues la asombrosa energía y el empuje demográfico de las regiones islámicas habrá de tener algún día gran significación para los estados europeos».

¿Se está cumpliendo esa profecía en nuestros días? Apenas ocho años después de que Oppenheim la enunciara, los prisioneros del campo de Zossen empezaron a ser adoctrinados por caudillos musulmanes como el jeque Salih al Sharif, un tunecino opuesto a la dominación francesa de su país. Los alemanes lo habían reclutado para la Nachrichtenstelle für der Orient (servicio de inteligencia de Oriente) y se dedicaba a redactar octavillas en las lenguas árabe y bereber para lanzarlas sobre las trincheras donde se hacinaban los soldados norteafricanos.

No era el único agitador islámico al servicio del espionaje alemán. «Un desfile de activistas musulmanes recorrió el campamento de Zossen con el fin de difundir propaganda relacionada con la yihad entre los presentes», escribe el historiador Eugene Rogan en su libro ‘La caída de los otomanos. La Gran Guerra en Oriente Próximo’ (Editorial Crítica, 2015).

En el campamento de la Media Luna se editaba un periódico llamado ‘al-Jihad’ y se organizaban conferencias para martillear a los prisioneros con el eslogan de que luchar al lado de los franceses y británicos era contrario al Islam. La obligación de todo musulmán era respaldar la yihad proclamada por el sultán de Estambul.

El resultado de esas prédicas fue que centenares de prisioneros cambiaron de bando y se presentaron voluntarios para luchar por Turquía. Eugene Rogan recoge el testimonio de un marroquí que relata cómo un oficial alemán y otro otomano dijeron un día a los soldados: «Los que quieran ir a Estambul que levanten la mano». Aquella vez solo una docena respondió afirmativamente.

No es posible saber cuántos musulmanes pudieron empezar la Primera Guerra Mundial en los ejércitos francés o británico y acabarla en el turco (suponiendo que llegaran vivos al final). Pero, según Eugene Rogan, hubo «un constante flujo» de combatientes de Berlín a Estambul para apoyar una yihad que realmente había sido alimentada por los alemanes, cuya influencia era enorme entre los Jóvenes Turcos y su ejército.

La idea parece tan sencilla que se copia una y otra vez: enviar soldados a campos de adiestramiento para reeducarlos y devolverlos al frente «esta vez como combatientes musulmanes y no como soldados coloniales», en palabras de Eugene Rogan.

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2 respuestas a “El campamento de la Media Luna”

  1. Avatar de dutifullynight291736ad53
    dutifullynight291736ad53

    Desconocía está historia. Está claro que en nombre de Dios, se puede mover a personas hacia la destrucción. Yo soy creyente pero nunca combatiría por motivos religiosos.

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    1. Avatar de Javier Muñoz Landa

      Gracias, Yoli, por leerlo.

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