
Este texto se publicó en el El Correo en 2018
El 4 de marzo de 1945, miembros del Servicio Aéreo Especial (SAS), las fuerzas especiales británicas, comenzaron a saltar en paracaídas sobre suelo italiano para atacar el cuartel general alemán de Villa Rossi y Villa Calvi, dos mansiones del municipio de Albinea. Parece el arranque de una película de aventuras, pero ocurrió en la vida real y tuvo como protagonistas a un vasco huido de Franco y a un gaitero escocés chiflado.
A las órdenes del capitán Michael Lees, de la Dirección de Operaciones Especiales (SOE, siglas en inglés), los miembros del SAS, 40 en total, debían lanzarse en paracaídas en días sucesivos e infiltrarse detrás de las líneas enemigas para incorporarse a uno de los destacamentos más extraños y heterogéneos que los aliados habían podido reunir. Lo formaban 150 comunistas italianos y un centenar de desertores rusos del Ejército alemán, mezcolanza de la que solo puede decirse que evocaba el espíritu de las películas ‘Doce del patíbulo’, ‘El desafío de las águilas’ o ‘Los cañones de Navarone’.
En el grupo que saltó el 4 de marzo, desde un avión C-47 Dakota estadounidense, figuraba el único vasco de la historia del SAS, Justo Balerdi, un sestaoarra menudo, de 1,68 de estatura y 66 kilos, tal y como consta en su expediente militar.
En total fueron diez españoles los que participaron en aquella osada operación, todos ellos republicanos exiliados, seis de los cuales se buscaron un nombre falso para que los alemanes no los identificaran si los capturaban. A los británicos les pareció una buena idea y solo pusieron pegas a quien escogió llamarse Francis Drake, como el corsario inglés del siglo XVI. Balerdi no tuvo ningún problema cuando decidió usar el nombre de Robert Bruce, legendario rey de Escocia de los siglos XIII y XIV.
La acción del SAS en Italia la relatan Guillermo Tabernilla y Ander González en el libro ‘Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial’ (Desperta Ferro), que dedica unas páginas a Balerdi, distinguido con la medalla Africa Star de los británicos por su participación en la campaña del desierto y condecorado por el SAS.
Balerdi nació en 1920 en Sestao, pero su vida giró alrededor del Mediterráneo desde que siendo muy joven fue a vivir a Barcelona, donde lo sorprendió la sublevación franquista. Al finalizar la Guerra Civil, en 1939, su madre se había vuelto a casar con un militante comunista y él marchó a Gibraltar y luego con su tía a la ciudad de Tánger, que entonces tenía estatuto internacional.
En junio de 1940, con Francia récién invadida por los alemanes, Tánger fue ocupada por las tropas de Franco y Balerdi posiblemente se enroló en la Legión Extranjera francesa; lo cierto es que ese mismo año apareció en Siria, controlada por el régimen colaboracionista de Vichy, y se pasó enseguida a los aliados, incorporándose a un regimiento británico estacionado en Palestina. Con esa unidad viajó a Egipto y entró en un grupo de comandos, embarcando para Creta cuando la isla todavía no había caído en manos alemanas.
Su intensa hoja de servicios incluye algún arresto y una pérdida temporal de la graduación de cabo primero, debida posiblemente a sus cambios frecuentes de unidad. Son incidencias de no demasiada importancia que sugieren que pudo ser una persona rebelde, además de experimentada en el combate.
El perfil de Balerdi era frecuente en las unidades especiales y de inteligencia británicas, que reunían a aventureros, excatedráticos, poetas y escritores amantes de la emoción y la Antigüedad.
¿A qué grupo pertenecía Balerdi? Guillermo Tabernilla y Ander González indican que debió de recibir una esmerada educación en Barcelona. Como soldado aliado, en 1941 participó en una operación en una isla griega ocupada por los italianos y hasta 1943 intervino en las operaciomes especiales del Norte de África, siendo reclutado ese año por el SAS, unidad creada por el teniente coronel Archibald David Stirling (Balerdi formó parte de una nueva unidad del SAS a las del hermano de Archibald, William).
En 1944, el exiliado vasco abandonó el teatro de operaciones del Mediterráneo para recibir un curso de paracaidismo en el Reino Unido, y tras el desembarco de Normandía lo enviaron a Bailly-le-Franc (Francia) para sabotear los trenes alemanes en la región de Champaña-Ardenas, donde permaneció más de un mes escondido entre los soldados alemanes.
Su siguiente destino fue Italia en 1945. Los aliados pusieron en marcha la Operación Tómbola, en la que el SAS, coordinando a los partisanos comunistas locales y a los desertores rusos de la Wehrmacht, debía neutralizar el cuartel general del 51 Cuerpo de Montaña alemán en Villa Rossi y Villa Calvi, situads en Botteghe, en el municipio de Albinea, cerca de Reggio Emilia.
Justo Balerdi y sus compañeros de armas fueron lanzándose en grupos detrás de la Línea Gótica, la barrera defensiva que los alemanes habían montado en la cordillera de los Apeninos para facilitar su repliegue.
En el grupo de Balerdi saltó Francisco Gerónimo (Frank Williams fue el nombre bajo el que se ocultó) y unos días más tarde lo hizo David Kirkpatrick, conocido como ‘Mad Piper’ o gaitero loco, que surcó el aire con la falda escocesa (‘kilt’) y fue confundido con una mujer por los partisanos. Su cometido específico era tocar la gaita en cuanto empezara el asalto al cuartel general alemán, algo que había hecho en una operación anterior con otros guerrilleros en Albania.

Propenso a la insubordinación y reclutado para la Operación Tómbola tras una borrachera, Kirkpatrick debía advertir a los alemanes con su música que el ataque en Albinea era de los aliados, a fin de que no tomaran represalias contra la población civil. ‘Mad Piper’ tomó tierra en un lugar equivocado, pero unos campesinos lo auxiliaron y acabó regalando su paracaídas, cuya seda sirvió a una joven para confeccionar su vestido de novia.
Esa anécdota encaja con el motivo que el comandante de los SAS en Albinea, Roy Farran, de 24 años, había esgrimido para llevarse a Italia a un tipo como Kirkpatrick. Era el más indicado para dar a la aventura un toque de romanticismo: «Tú eres mi arma secreta, ve y juega», le dijo. Su gaita fue alcanzada por las balas en el fragor del combate en Albinea mientras interpretaba la marcha ‘Highland Laddie’.
Balerdi, Gerónimo, Kirpatrick, Farran… Todos colaboraron casi dos meses en el norte de Italia para dar el golpe sorpresa a la Wehrmatch y luego resistieron y organizaron tal caos que tres unidades enemigas tuvieron que retirarse. Fue la última hazaña en la que participó Balerdi, que moriría en combate el 21 de abril de 1945 en Torre Maina, en la provincia de Módena, un par de días antes de que la guerra acabara en Italia.
Lo enterraron provisionalmente en el lugar donde cayó, pero el SAS, después de ocupar Módena y Reggio Emilia, regresó a Torre Maina para recoger los cadáveres de sus soldados y darles sepultura en el cementerio de Albinea. Más adelante, los restos de Balerdi fueron inhumados en el War Cementery de Milán bajo una lápida en la que se puede leer el nombre de Robert Bruce, el que se había dado a sí mismo para luchar al lado de los británicos.
La suya es la tumba de un rey imaginario de Escocia, de un soldado nacido en el País Vasco que luchó junto a un gaitero al que los italianos recuerdan no como un chiflado, sino como un héroe y un amigo.
David Kirpatrick fue nombrado ciudadano honorario de Albinea en 2011. Murió en su localidad natal de Grivan en 2016, a la edad de 91 años, y en su tumba se puede leer su apodo: ‘The Mad Piper’.

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